La posibilidad de una guerra de precios petroleros
La dinámica del mercado
petrolero global está experimentando cambios significativos debido a la
influencia de Donald Trump y la evolución de la producción estadounidense. La
OPEP+, liderada por Arabia Saudita, se enfrenta a desafíos estratégicos para
mantener su cuota de mercado y equilibrar los precios del crudo.
En respuesta a las presiones
de Trump, la OPEP+ ha acordado reducir gradualmente los recortes voluntarios de
2,2 millones de barriles diarios a partir de abril de 2025, tras varios
aplazamientos. Esta decisión refleja la compleja interacción entre la política
estadounidense y los intereses de los productores del Golfo Pérsico.
La participación de la OPEP+
en la producción mundial de petróleo se proyecta que disminuirá al 46% en
2025-2026, comparado con el 53% en 2016. Mientras tanto, Estados Unidos ha
aumentado su producción un 50% desde 2016, alcanzando 13,2 millones de barriles
diarios y se espera que llegue a 13,73 millones en 2026.
Países como Emiratos Árabes
Unidos y Kazajstán están ansiosos por aumentar su producción. Los Emiratos
Árabes Unidos, con una capacidad excedente de casi 2 millones de barriles
diarios, implementará gradualmente un aumento de 300,000 barriles diarios hasta
septiembre de 2026. Kazajstán proyecta un aumento del 10% en su producción para
2025.
La OPEP ha reducido sus
pronósticos de crecimiento de la demanda mundial de petróleo, proyectando 1,4
millones de barriles diarios para 2025 y 2026. Esto complica la decisión de
aumentar la producción, especialmente considerando los diferentes precios de
equilibrio necesarios para los presupuestos de los países miembros. Por
ejemplo, los Emiratos Árabes Unidos necesitan $50 por barril, mientras que
Arabia Saudita requiere $90,9.
En este contexto, una guerra
de precios podría ser una estrategia para disciplinar el mercado y a los
productores que no cumplen con las cuotas, aunque sería dolorosa para todos los
involucrados. La última guerra de precios ocurrió en 2020, cuando Arabia
Saudita inundó el mercado en respuesta a la resistencia de Rusia a los recortes
de la OPEP+.
La situación actual plantea un
dilema para la OPEP+: mantener los precios altos como desea Arabia Saudita, o
ceder a las presiones de Trump por precios más bajos. El resultado de esta
tensión moldeará el panorama energético global en los próximos años.
Ahora bien, la estrategia de
la OPEP hacia EE. UU. consiste en disuadir a los inversores de aumentar la
producción. La OPEP está brindando un servicio lucrativo a los productores de
petróleo estadounidenses. Si su producción se basara en los costes de
extracción, el gas de esquisto no sería rentable.
Trump tiene varias
herramientas para presionar a los países del Golfo y asegurarse de que sigan
sus directrices. Podría amenazar con suspender la seguridad y la venta de
armas, elementos clave para estos países, que dependen de los sistemas de
defensa de EE. UU. y albergan importantes bases militares estadounidenses.
También podría restringir el acceso de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes
Unidos a tecnología avanzada, como semiconductores e inteligencia artificial,
afectando sus planes de diversificación económica más allá del petróleo.
Actualmente, EE. UU. ya limita el acceso de los países del Consejo de
Cooperación del Golfo a esta tecnología, lo que le da a Trump un punto de
negociación adicional.
Sin embargo, cualquier
inversión de los países del Golfo en EE. UU. podría asegurarles el respaldo de
Trump. Este se pone muy feliz si logra captar inversiones para Estados Unidos.
Es así como el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, que ya ha pasado
por esto, mencionó en enero que su país podría invertir hasta 600.000 millones
de dólares en EE. UU. en los próximos cuatro años, a lo que Trump respondió
sugiriendo que la cifra debería alcanzar los 1.000 millones para facilitar su
primera visita de Estado. Esto recuerda su viaje a Riad en su primer mandato,
donde supuestamente se cerraron acuerdos por más de 350.000 millones de
dólares. Aun así, los países del Golfo serán cautelosos con sus inversiones
debido a la incertidumbre política en EE. UU., especialmente en el sector
energético, dividido entre demócratas que impulsan las energías limpias y
republicanos que se oponen a las inversiones verdes. Esto se nota sobre el terreno pues empresas
como Saudi Aramco y ADNOC ya han adquirido participaciones en proyectos de gas
natural licuado (GNL) en EE. UU., mientras que QatarEnergy colabora con
ExxonMobil en el desarrollo del GNL de Golden Pass. Además, la nueva plataforma
de inversión de ADNOC, XRG, busca expandir sus asociaciones en GNL, hidrógeno,
petroquímicos y tecnologías energéticas bajas en carbono dentro de EE. UU. Los
Emiratos Árabes Unidos también han invertido en proyectos de energía limpia en
el país, tras firmar en 2022 la iniciativa bilateral PACE, que busca catalizar
100.000 millones de dólares en inversiones para generar 100 GW en proyectos de
energía renovable para 2035.
En definitiva, una guerra de
precios no es descartable, pero hay muchas variables de seguridad que los
árabes tienen que tomar en cuenta como lo es la relación con Rusia, el
desequilibrio persa, la evolución de la economía global y el consumo petrolero
y especialmente, las cuotas de mercado que son las que terminan estimulando
este tipo de guerra de precios.
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