Las leyes versus la acción o la república versus la demagogia: la entropía de la Venezuela petrolera bajo el chavismo


La república: En la concepción moderna, es la oposición a los gobiernos injustos, como el despotismo o la tiranía, es el cuerpo político de una sociedad por el interés público general, el imperio de la ley, la justicia y la igualdad ante la ley. El gobierno de un Estado republicano es accesible para todos sus ciudadanos.

La demagogia: la «forma corrupta o degenerada de la Democracia» que lleva a la institución de un gobierno tiránico de las clases inferiores o, más a menudo, de muchos o de unos que gobiernan en nombre del pueblo.


¿Qué ha llevado a uno de los países más prósperos desde el punto de vista petrolero en 1999 a una situación de decadencia insalvable en todos los planos? ¿Qué ha llevado a Venezuela a pasar de una nación soberana ejemplo en la región a tener todas las características de un Estado Fallido?

Esas preguntas retumban por toda la región preocupada en las últimas semanas por la situación prebélica que le atosiga.

A este observador de las entrañas de esta dinámica económica la pregunta está más enfocada en lo humano. Es decir ¿Qué hace que un ciudadano, empleado no de la industria, permita que esto ocurra en sus narices? ¿Qué les hace participar, tolerar o callar la multiplicidad de irregularidades, robos, estafas, depredación en general de una institucionalidad corporativa o pública hasta llegar a provocar su declive generalizado?

Escribo esto pensando en mi relectura de “Eichmann en Jerusalén”. Es decir, en esa superposición entre el cumplimiento de las órdenes, la aceptación de un orden establecido, en el caso de este último legal o el simplemente el miedo. Me atrevo a pensar que los venezolanos que toleramos esta destrucción, no solo de la institucionalidad petrolera sino la del Estado, que a la larga derivó en la calamidad humanitaria que vive el país, hemos sido peor que los nazis pues al menos aquellos tenían un marco legal del cual apegarse, mientras que nosotros teníamos lo contrario. Es decir, un marco legal sobre el cual apoyarse para denunciar y actuar. Pero aquí se peca de injusto pues también han sido millones de venezolanos que se han opuesto a esta dinámica. No pocos de manera sincera perdiendo patrimonio y peor todavía sus vidas. La lucha que se libra en Venezuela no es entre chavismo y opositores, sino entra la demagogia contra la república. La barbarie contra la civilización.

La búsqueda inquebrantable de que la ley sea igual para todos, sobre todo, que se cumpla, ha sido la dinámica más importante y primigenia de los venezolanos y muchos latinoamericanos. Esto incluso antes de la democracia. La llegada de la democracia fue una manera de estabilizar el proceso general de toma de decisiones y si bien ha tenido contratiempos buena parte de estos se debe esencialmente en mantener el equilibrio entre acción política dentro de una república.

Chávez fue muy popular, cierto, pero era un demagogo. Maduro no tanto, pero es tan demagogo como tirano que busca sostener su dominio ahora por la fuerza, pero con los recursos menguantes.

Pero este proceso también se origina del palacio de gobierno hacia abajo. Maduro no controla al detalle. Se sostiene, rota la república, por una red compleja de tiranitos a su disposición y que son precisamente los que lo mantienen en el poder. Estos están principalmente en las fuerzas armadas, pero también enquistados en el mundo empresarial, comunicacional y político. Cada uno de esos tiranitos depreda para su grupo político-gansteril y sin control. La lucha de la AN es precisamente rescatar el equilibrio de poderes y el Estado de Derecho que permita que esos tiranitos queden al descubierto y dejen de depredar. No es solo por la democracia.

Este tipo de dinámicas, patrimonialistas en general, ocurren en muchos países, pero lo significativo de Venezuela es que lejos de ser sostenible han destruido su principal fuente de ingreso. Es por eso que ni Rusia ni China quieren invertir más en Maduro más allá del respaldo político por maniobras tácticas dentro de un marco estratégico global. Todo lo que allí entra se fuga hacia otra parte y no hay retorno de inversión. Apostar a Maduro es apostar a un saco roto. Encontrar formas de recuperar su inversión más allá de crudos menguantes puede mejorar para ellos y otros inversores si se llegaran a acuerdos con una AN, en este caso, por ahora, liderada por Guaidó, y pasar incluso a una relación sostenible. Pero China y Rusia van más allá. Piensan en otro registro, al menos las alas decisorias que piensan jugando al risk. Se está todavía lejos de un acuerdo que ayude a presionar internacionalmente y de forma efectiva a la renuncia de Maduro y la convocatoria de elecciones.

Mientras eso ocurre, mientras no se restaure la República a lo interno y con soporte externo la industria petrolera venezolana desaparecerá, acelerada por las sanciones, pero sobre todo minada por la depredación interna huérfana de control y autocontrol. Es la ruptura de una certeza. Una industria petrolera si puede dejar de ser un negocio incluso mal administrado. Ese es el mayor legado histórico del chavismo.

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