Cuando no se quiere dejar de ser petro-rentista y se sigue devorando el futuro: Venezuela






Venezuela es un país cuya institucionalidad está seriamente comprometida. A pesar que la oposición ha tomado un puesto importante controlando el poder legislativo, el equilibrio de poderes aún no ha sido restaurado. 

Las malas prácticas derivadas del chavismo en cuanto a confundir lo público con lo privado y destruir las bases fundamentales de una república democrática como el respeto a la norma, la independencia de la justicia, la protección de la propiedad privada y pública, entre otras cosas, evita pensar que dicho país pueda tener una recuperación equilibrada y pacífica en muchos años.

El chavismo como ideología patrimonialista-personalista pero con su líder carismático ausente, no ha hecho sino profundizar las aristas de un viejo modelo venezolano originado a mediados del siglo pasado. Al común de los venezolanos le ha gustado disfrutar del petro-rentismo y es una de las variables que han incrementado la dificultad para instaurar instituciones sólidas republicanas y sobre todo una economía productiva.

La debilidad institucional impacta sobre el futuro de su industria petrolera. Sabemos que puede existir una industria petrolera en manos del Estado que opere con rangos de eficiencia relativamente aceptables. Venezuela vivió algo parecido antes de la llegada del chavismo aunque siempre con intentos por parte de la clase política de poner las manos no solo en la renta petrolera obtenida vía tributaria sino sobre las mismas finanzas de la industria petrolera. Hugo Chávez con astucia logró ese viejo sueño y los resultados están a la vista.

Como ya hemos comentado en otras entradas, este petro-rentismo chavista no es sino una versión recargada y aún más patrimonialista del viejo petro-rentismo venezolano. Ha avanzado a tal nivel que está a punto de dar un giro de 180 grados. Es decir, lejos de consolidar la soberanía energética y petro-rentista, está sirviendo en bandeja de plata una privatización mucho más profunda que la que combatía antes de llegar al poder. 

Ni con precios altos se puede esperar una recuperación de la industria petrolera de manos de privados salvo que el Estado retroceda tributariamente y ese es un legado lamentable para los venezolanos. Una política tributaria petrolera requiere de equilibrios. Hugo Chávez rompió ese equilibrio y al romperse ese equilibrio ocurrió: 1) la quiebra financiera de la industria y 2) la necesidad urgente de una recuperación que implicaría retroceder en la soberanía de los recursos naturales y sus rentas.

A todas luces era preferible una privatización en toda regla pero el drama continúa pues el futuro venezolano no deja de ser petro-rentista. A pesar que la oposición tiene otro color, sus características fundamentales están basadas en el mismo modelo base petro-rentista venezolano. En otras palabras, no está alejada de las leyes de la petro-política. Encima, no concibe la idea de una Venezuela post-petrolera.

Hay razones para ello: y es que la renta petrolera es muy apetitosa y no acudir a ella para estabilizar la economía es realmente un desatino. Adicionalmente, está el apetito populista de la clase política opositora que solo de momento aparenta ser sensata porque el chavismo es todo un despropósito y el contraste es significativo, pero que no se aleja de la tentación de usar irresponsablemente la renta petrolera.

Así que vistas las cosas, a pesar que se acerca una apertura petrolera más agresiva en Venezuela por mera necesidad, este país en los próximos 10 años no dejará de ser lo que ha sido, una nación petro-rentista que se rige de acuerdo a las leyes de la petropolítica de Friedman. 
Hugo Chávez no inventó mayor cosa: solo profundizó lo que ya se conocía desde hace tiempo en Venezuela

Es una mala noticia para los venezolanos y su industria pero no tan grave para el resto del mercado. Después de todo, el planeta es muy grande y hay mucha tierra por explorar y muchas fuentes energéticas por potenciar.

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