La industria
petrolera Post-Chávez: una aproximación
2da parte
Venezuela
política y petróleo bajo la era Chávez
El declive bajo una ilusión de
armonía
Un país petrolero que se transforma en Petro-Estado
desarrolla una dinámica peculiar en el cual sus élites y gobiernos no han
tenido mejor iniciativa que vivir de la extracción de la renta petrolera. Es decir,
no se presenta una actividad productiva capitalista salvo aquella que habita al
interior de los servicios outsourcing o marginales que parasita en torno a esos
grandes galeones que son las grandes empresas petroleras estatales.
El caso venezolano en este momento es arquetípico.
No obstante, como ya lo hemos dicho en otras ocasiones y a riesgo de repetirnos,
tenemos que insistir que no siempre fue así.
Efectivamente el petróleo y su industria han jugado
siempre un papel fundamental como origen de una renta destinada a distintos
paradigmas de desarrollo integral de dicho país.
El Estado venezolano, tal como lo advertimos en la
anterior entrada, inició su andar sin ayuda petrolera. No obstante, con el paso del tiempo lubricó relaciones económicas y sociales
en un Estado gobernado por élites que, a diferencia de las de hoy, sentían una
genuina necesidad de construir una sociedad educada, sana, segura y prospera
para lo cual esa renta petrolera era muy útil, en complemento con los tributos
aportados por otras actividades económicas.
Aún así, la convicción sobre el carácter no
renovable del petróleo era una alerta constante de los pensadores y decisores
venezolanos más importantes del siglo XX (Alberto Adriani, Gumersindo Torres,
Arturo Uslar Pietri, Juan Pablo Pérez Alfonzo y Rómulo Betancourt). Aprovecharlo
al máximo era vital y mantener su pulso sumamente estratégico.
A mediados del siglo XX aún Venezuela lideraba en el
rango de las exportaciones petroleras mientras la Península Arábiga comenzaba a
mostrar su potente músculo de reservas y la excelente calidad de sus
yacimientos. El peligro de la sobreoferta, restringida hasta cierto momento por
las 7 hermanas a partir del Tratado de Achnacarry (1928), aparecía una vez más
y la protección de los precios ya no solo interesaba a las gigantes sino a
aquellos países cuya producción comenzaba a declinar luego de una acelerada
explotación, tal como pasaba a Venezuela y también a EEUU.
En 1958 Venezuela comenzó a declinar en su ratio
reservas/producción de acuerdo a la tecnología petrolera del momento. Las
transnacionales que operaban en ese instante ya no observaban como lucrativo el
negocio en un país que estaba cada vez más consciente de su realidad fiscal
petrolera y que era más exigente a la hora de establecer un marco fiscal
propio. Algo que no ocurría aún en el pujante Golfo Pérsico, especialmente la
Península Arábiga.
Ya desde 1952 venía rodando la idea de una
asociación de países exportadores de petróleo representada por sus respectivos
gobiernos con la idea de fortalecer los precios a través de la restricción de
la oferta y así elevar la tributación respectiva.
No todos los países tenían la capacidad que ya
Venezuela asomaba de configurar con personal nativo una nueva industria
petrolera.
Las élites políticas, económicas y militares de
Venezuela ya estaban claras al respecto desde 1945.
Las empresas americanas al considerar factores de
recobro en las reservas petroleras e inversiones necesarias para disponer de
crudos ligeros (que ya escaseaban en Venezuela), prefirieron no invertir más.
Detener el ritmo de inversión y dejar avanzar por inercia a la industria
venezolana fue la consecuencia.
Cuando ya se funda la OPEP, los venezolanos logran
juntar en un solo grupo a los poseedores de los mejores crudos y sentarse entre
ellos para fortalecer los precios y con ello salvar el petróleo del país
caribeño que por baja calidad dejaba de ser apetecido en mercados más
competitivos.
Así, al llegar la nacionalización en 1973, Venezuela
tenía un potencial de recursos en decadencia pero un personal técnico criollo y
preparado. El desafío entonces era incrementar la base de reservas probadas de
crudos en ese país y eso suponía un esfuerzo enorme en actividades de
exploración y desarrollo mientras presionaba por elevar los precios a través de
la promoción de una política conservadora en la OPEP (restricción de la oferta)
que permitiera que su producción no fuera desbancada por el efecto de una
sobreproducción sostenida.
Curiosamente, en eso de fortalecer los precios del
petróleo, la OPEP y el lobby petrolero anglosajón/europeo siempre han jugado
para el mismo equipo.
Evitando la decadencia de una
industria
Entre 1981 y 1998 se puede hablar de una etapa de
expansión de actividades de exploración y desarrollo de la industria petrolera
venezolana, especialmente capitalizada por PDVSA. Dicha etapa se subdivide en
dos fases: a) 1981-1993 años en los que se descubrió la Faja Petrolífera del
Orinoco y b) 1993-1998 años de la apertura petrolera orientada a la expansión
del desarrollo y producción tanto en los llamados campos marginales (los cuales
con la tecnología de hoy ya no serían tan marginales o carentes de petróleo)
como de los nuevos yacimientos encontrados en la etapa anterior. La idea era
convertir a Venezuela en una suerte de Arabia Saudita en cuanto a niveles de
producción, invertir en más tecnología de exploración y permitir que esa
actividad permeara a la economía nacional consolidando a la industria
petrolera. Para ello, se impulsó la apertura a capitales extranjero,
prácticamente vedada desde la nacionalización.
La segunda fase causó gran revuelo en el mundillo de
la OPEP y una parte de la clase política venezolana.
Sedientos de mercados en momentos de abundancia,
contar con una Venezuela con 8 millones de barriles diarios (meta estimada para
el año 2005), tan cerca de Estados Unidos, no gustaba mucho a países,
especialmente Arabia Saudita.
Este Reino afectado por la nueva arrogancia
venezolana (mala praxis en la diplomacia petrolera por parte del ministro de
energía y presidente de PDVSA entre 1994 y 1998) de no atender a llamados de
disciplinas dentro de la OPEP, abrió las válvulas de su capacidad de producción
y hundió los precios llevándolos a casi 8 dólares por barril hiriendo
económicamente a Venezuela que atravesaba una de las peores gestiones
económicas con el segundo gobierno de Rafael Caldera.
¿El resultado?
El gobierno de ese momento (Rafael Caldera II),
decide ralentizar el proceso de apertura y a la sazón en 1998 llega Hugo Chávez
al poder.
Chávez, asesorado por personas más afín a los
intereses de Arabia Saudita, decide paralizar el proceso de apertura y con ello
las posibilidades de crear una industria petrolera próspera y potente.
Hugo Chávez era la reacción rentista ante la política
petrolera de los años 90 basada en volúmenes (que tampoco era la solución única
para una política petrolera sensata, hay que decirlo).
La reacción rentista y conservadora es producir
menos y cobrar más, pero además, dar la mayor cantidad de los recursos
obtenidos por la actividad petrolera al Estado, incluyendo lo destinado para
inversión para la recuperación de la tasa de reservas/producción (exploración,
desarrollo, producción, comercialización).
Llegado el momento, Hugo Chávez, recién instalado en
su primer mandato, tenía resistencias dentro del estamento gerencial de PDVSA
que estaba en desacuerdo con una política conservadora y la politización de la
industria, viviéndose entre 1999 y 2001 el conflicto más importante entre el
Ejecutivo Nacional y PDVSA.
PDVSA y su élite corporativa observaba que se
acababan muchos privilegios obtenidos en el pasado reciente (sobre todo la
relativa autonomía del manejo de la industria) y con ello también la afección a
uno de sus tesoros: su meritocracia.
PDVSA antes de 2003 funcionaba como una corporación
privada a pesar de ser pública. Su ranking de profesionalidad era de primer
nivel y eso inquietaba al Hugo Chávez del momento.
PDVSA no le seguía el juego, se protegía así misma
como empresa desobedeciendo al representante principal del accionista único (la
nación venezolana y no el Ejecutivo Nacional que solo es representante, mucho
menos la persona del líder fallecido).
Se revelaba la plana mayor de PDVSA y eso para un
militar como Chávez era imposible de concebir.
El escenario para la confrontación estaba servido.
Tanto PDVSA como el Ejecutivo Nacional cruzaron el Rubicón y llegaron a un punto
extremo de irracionalidad política que terminó perjudicando por décadas el
futuro petrolero de Venezuela.
Era completamente increíble: los empleados revelados
contra el representante del accionista y dicho representante (conocido por su
proceder poco democrático) reprimiendo con las fuerzas armadas y despidiendo
arbitrariamente a los empleados. Con la victoria del gobierno sobre aquella huelga
petrolera se consolidó una de las trampas mejor elaboradas por un táctico como
Chávez y que resultó en el apoderamiento de inmensas cantidades de dinero para
catapultar su revolución incluso en el exterior[1].
PDVSA era una línea de defensa de la institucionalidad y muchos venezolanos no
lo sabían. Al contrario, otros venezolanos la observaron como un botín y así
terminó siendo. Veamos.
La reacción al rentismo
bolivariano y la consolidación un régimen personalista
La revolución bolivariana no es una revolución sino
una reacción al doloroso y necesario abandono del modus vivendi rentista
petrolero de los venezolanos. Si algún efecto ha tenido el petróleo en los
venezolanos, sobre todo luego de 1973, ha sido el de facilitarle la creencia de
que ellos son ciudadanos ricos. Dicha creencia terminó afectando una serie de
valores y actitudes y con ello todo el consciente colectivo: “Todos los
venezolanos somos ricos porque tenemos petróleo pero ahora estamos pobres
porque el Estado no reparte esa riqueza que se queda en manos de políticos y
sus protegidos”. Hugo Chávez, como todo demagogo aprovechó esa premisa al
máximo y fue la base de su proceder político. Ciertamente hay algo de cierto en
dicha premisa, pero se debe recordar que los demagogos son destructores de la
civilización y dicha destrucción parte precisamente en el juego hábil de medias
verdades y medias mentiras para lograr capturar los corazones y mentes de los
incautos y corsarios que toda sociedad acostumbrada al rentismo petrolero
genera.
Esos corsarios e incautos no son los pobres, al
contrario, son las élites venezolanas.
La historia contemporánea venezolana entre 1989 y
1999 fue básicamente ese intento de lograr cambios sustanciales hacia una
sociedad post-petrolera y la resistencia de todos los estamentos activos en lo
que Juan Carlos Rey llamaba el sistema populista de conciliación de élites.
La resistencia a abandonar el Estado Rentista vino
con más fuerza de las élites económicas-financieras (algo absurdo en teoría
pero que decía mucho de su formación como élites), las élites militares, las
élites académicas universitarias, los partidos políticos, los sindicatos, entre
otros.
Tanto los promotores del cambio como los
reaccionarios eran ricos en soberbia política y en poca capacidad para
discernir lo que se jugaba el país.
La confrontación creció y en el medio de todo ello
apareció la figura de Hugo Chávez, una suerte de redentor que no solo terminó
expandiendo aún más el petro-rentismo de la decadente democracia venezolana
sino corrompiendo otras democracias del continente americano.
Su ola expansiva ha sido tan grande, que se podría
decir que desde España, Portugal, Italia, pasando por Colombia, Brasil y
Argentina, entre otros países, el petro-rentismo chavista condicionó las decisiones
soberanas de sus gobiernos, constituyéndose en rehenes de la voluntad del
comandante muerto y sus herederos, por ahora o mientras dure la casi agotada
chequera.
La industria se hunde
Y no era que PDVSA fuera una tacita de plata antes
de que llegara Hugo Chávez al poder. No, para nada. Aún quedan pendientes
muchas investigaciones sobre tráfico ilegal de crudos o configuración de
contratos lesivos al fisco nacional, pero la intervención de Chávez en la
industria no solo destruyó su capacidad gerencial sin recuperarla luego de
aquel desastre de 2002-2003, sino que permitió que la corrupción se expandiera
en la empresa a todo nivel. La empresa se convirtió en el botín de guerra y la
fuente de riqueza corruptora dentro y fuera de Venezuela. Es esa riqueza
corruptora la que mantiene en el poder al chavismo (mientras tanto madurismo),
con apoyos casi incondicionales a nivel doméstico e internacional y que desdice
mucho de la supuesta voluntad de muchos gobiernos por defender la democracia y
los derechos humanos.
La prensa y los informes internacionales están
plagados de datos financieros y operativos de PDVSA. Los resultados están a la
vista. Hugo Chávez a través de Rafael Ramírez dejó:
1. Una
tendencia declinante de producción.
2.
Inversiones
insuficientes.
3.
Deuda
con tendencia creciente e insostenible.
4.
Excesiva
extracción de recursos por parte del gobierno.
5.
Exportaciones
netas en franco declive.
6.
Flujo
de caja limitado por la producción no pagada.
7.
Excesivo
crecimiento de la nómina.
8.
Debilidades
en el capital humano.
9.
Incremento
del número de accidentes.
La situación es tan grave que incluso en su
configuración estratégica PDVSA no solo está incapacitada para exportar
petróleo a China en condiciones favorables, sino que más allá del ritmo de
diversificación de mercados de exportación, su principal mercado, EEUU, comienza
a prescindir de su petróleo mientras otros competidores como Canadá, México,
Rusia y Arabia Saudita comienzan a sustituir su cuota en dicho mercado, por no
hablar de la misma capacidad doméstica americana que ha retomado un nuevo
impulso gracias a las nuevas tecnologías petroleras.
Es el legado de Chávez y aún así lo poco positivo
logrado ha sido gracias a la inercia de viejos proyectos pre-Chávez. Proyectos
que siguen en pie impulsados por la necesidad de explotar uno de los puntos
fuertes como lo es la Faja Petrolera del Orinoco.
El reflotamiento de la
industria: ¿intento vano?
Recientemente Venezuela ha reportado reservas
probadas por 297.000 millones de barriles.
Asusta esta cifra ¿verdad? Estas reservas superarían
a las de Arabia Saudí. Aunque siempre hay un pero.
Ciertamente, las reservas posibles de hidrocarburos
en la Faja del Orinoco superarían los 1,2 billones de barriles. Esto lo convierte
en uno de los mayores reservorios de hidrocarburos del planeta, únicamente
comparable con las arenas bituminosas de la provincia de Alberta, en Canadá
(Monaldi, 2012).
No obstante, a la tecnología de hoy solo una
fracción de esos recursos puede ser extraída comercialmente e incorporada a las
reservas probadas. Al respecto Monaldi nos dice:
“Para obtener
la cifra oficial de reservas el gobierno venezolano utilizó una tasa de recobro
de veinte por ciento de los recursos de la Faja del Orinoco. Esta tasa no se ha
logrado en la explotación de crudos extrapesados en el país; de hecho, no se ha
superado el diez por ciento. Si bien con técnicas de recuperación secundaria y
terciaria (por ejemplo, calentamiento) es factible incrementar la tasa de
recobro, posiblemente a un veinte por ciento o incluso más, para el cálculo de
las reservas probadas se deben usar tasas ya alcanzadas comercialmente. Por lo
tanto, una cifra más conservadora de reservas probadas se basaría en una tasa
de recobro de diez por ciento, con lo cual las reservas probadas de Venezuela
alcanzarían unos 185.000 millones de barriles. Serían las segundas reservas
mayores del mundo, detrás de Arabia Saudí, pero por delante de las de Canadá,
Irán e Irak. Con la cifra oficial de reservas Venezuela tendría el 20 por
ciento de las reservas mundiales de crudo, el 26 por ciento de las de los
países de la OPEP, el 75 por ciento de las reservas del continente americano y
el 92 por ciento de las reservas de Suramérica. Otra manera de evidenciar la
abundancia de las reservas venezolanas consiste en calcular, con base en el
ritmo de producción actual, el número de años que tardarían en agotarse las
reservas probadas (la relación reservas/producción). Para Venezuela esta cifra
supera los tres siglos. Mientras que si se considera el número de años en que
pudiera garantizarse el consumo interno actual la cifra superaría el milenio”
(Monaldi, 2012).
No obstante, el mismo autor nos da otro punto de
vista para contrastar la realidad. Nos alerta que:
“Una manera
alternativa de analizar la concordancia entre producción y reservas es la tasa
de extracción; es decir, el porcentaje de las reservas que se extrae en un año
a la actual tasa de producción. Para el caso de Venezuela esta cifra ha venido
cayendo, debido al declive de la producción y el aumento de las reservas.
Actualmente ese indicador es 0,4 por ciento, el menor entre los países de la
OPEP y otros relevantes exportadores de petróleo. Las tasas en el Medio Oriente
triplican las de Venezuela y la de Rusia es doce veces mayor. Si Venezuela
tuviera la tasa de extracción de Irán, tendría una producción de 7,5 millones
de barriles diarios (MMBD), en lugar de 2,8 MMBD; si tuviera la de Arabia
Saudí, alcanzaría una producción de 9,5 MMBD; y si tuviera la de Rusia, la producción
superaría los 30 MMBD. Por supuesto, estas cifras son solo referenciales. Las
inversiones requeridas para aumentar la producción, incluso al equivalente de
Irán, son gigantescas y tardarían años. Pero estos indicadores ilustran lo
reducida que es la producción de Venezuela con respecto a su potencial y a los
estándares internacionales. Para quienes no siguen de cerca el sector petrolero
de Venezuela pudiera ser una sorpresa que, en los últimos cinco años, las
reservas se hayan multiplicado por más de tres. ¿Es que acaso se descubrieron
nuevos recursos? En realidad, la magnitud de los recursos de la Faja está
bastante clara desde hace décadas y es muy poco lo que se ha incorporado en
nuevos descubrimientos de crudo en otras áreas. Las razones por las que se
pueden incorporar las reservas de crudo extrapesado de la Faja son
fundamentalmente económicas. Por una parte, el incremento de los precios en la
última década hace rentable el desarrollo de crudos de la Faja y, por la otra,
el éxito de los proyectos existentes de mejoramiento de crudo extrapesado ha
hecho evidente la viabilidad comercial y tecnológica del desarrollo de estas
reservas (…) Todo esto hace posible que la comunidad petrolera internacional
acepte que se puede incorporar a las reservas al menos una fracción importante
de los recursos de la Faja” (Monaldi, 2012).
Como se puede ver, bajo el gobierno de Hugo Chávez
es poco lo que se hizo, pero también a Venezuela le quedan entre dos o tres
décadas para aprovechar y monetizar todo este potencial antes que la innovación
tecnológica energética disminuya las posibilidades de rentabilidad de los
derivados petroleros.
Para lograrlo, especialmente en el ámbito de la
Faja, no ya lo que tiene que ver con yacimientos marginales, shale gas e
hidratos de carbono, se requieren enormes inversiones que ni PDVSA, ni mucho
menos sus aliados “estratégicos” pueden apalancar sin generar condiciones
idóneas en términos de seguridad jurídica.
No basta con invertir en extracción y mejoramiento
de crudos, sino también en la infraestructura relacionada. Un fallo constante
en los planificadores energéticos venezolanos y los “des-planificadores
militares” que hoy gobiernan es la de no asociar ambas fases en todos los
campos energéticos, es decir la upstream con la downstream a través del
desarrollo y mantenimiento óptimo de la infraestructura de transporte y
distribución.
En el caso de la Faja, extraer el crudo no es lo
costoso, (aunque puede ocasionar múltiples pasivos ambientales), pues no pasa
del rango 3-6 US$/barril, nada diferente del de otros desarrollos en el Mundo.
Este crudo tiene una gravedad API de 8º, lo cual no lo hace apetecible al
mercado. Por tanto hay que someterlo a procesos de mejora para llevarlo a 16º
API, lo que ya lleva el proceso a una fase downstream más costosa con la
construcción de mejoradores que podría estar entre los 5.000 y 7.000 millones
de dólares por cada 200.000 barriles diarios de capacidad de producción. En
otras palabras hay que agregarle al coste ya reseñado en la fase primaria de
3-6 US$/barril otros 6-10 US$/barril. El coste final puede rondar entre los
9US$/barril y los 16US$/barril, coste que era mayor para cuando comenzó la
apertura petrolera en los 90 pero que con el avance tecnológico se ha venido
reduciendo.
Para entender lo que implica esta cifra se debe
aclarar que un crudo de 16º-18º API no es un crudo de alta calidad (28º-30º
API) pues no da buenos perfiles de refinación para derivados con mayores
precios como las gasolinas o kerosenos y requiere, por tanto, refinerías
preparadas al respecto, de hecho, lo planteado es que dentro de Venezuela pase
por otro proceso adicional más costoso aún para llevarlo a mayores grados API.
Un buen lote de refinerías preparadas para procesar
crudos pesados y medianos está en EEUU. De hecho, en EEUU se está evaluando la
posibilidad de exportar su producción ligera e importar la pesada pues sus
refinerías especializadas en las mismas han venido creciendo y vender ligeros a
Asia resulta más lucrativo y compensa el coste de refinar medianos o pesados
importados. De allí que el principal competidor para Venezuela en el mercado
americano sea precisamente Canadá, un país que curiosamente retiró su embajada
de Caracas por otros motivos y con el cual hay que cultivar excelentes
relaciones en términos tecnológicos petroleros.
En esos términos, también resulta muy importante que
CITGO siga en manos venezolanas, aunque maltrecha por el endeudamiento al que
fue sometido por su Casa Matriz PDVSA. Citgo, hasta hace poco la tercera
empresa con más estaciones de servicios en EEUU, es apetecida por empresas
rusas, chinas y sauditas. Su venta sería un golpe mortal a las posibilidades
que tendría PDVSA en las próximas décadas de continuar con un proceso de
integración eficiente dentro del principal mercado energético del Mundo junto
con China, a la cual también hay que ponerle énfasis (algo positivo del régimen
de Chávez aunque también mal gestionado para los intereses de los venezolanos).
En la Faja Petrolífera del Orinoco existen seis
proyectos que desplegados podrían producir más de 1,2 MMBD de crudo mejorado de
más de treinta grados API o una cantidad muy superior, de menor calidad, si se
mezcla este crudo mejorado con crudo extrapesado[2].
Cada proyecto necesita una inversión estimada entre
13 mil millones y 17 mil millones de dólares, de los cuales un 50% estaría
dedicado al mejoramiento de crudos.
En total, la inversión prevista superaría los cien
mil millones de dólares, más de siete veces la inversión que se realizó
originalmente en los cuatro proyectos de la Faja existentes[3].
Hasta este momento hay mucho retraso en los
proyectos y eso se siente con fuerza en tanto en la Faja del Orinoco como en
distintos proyectos de gas natural. Las empresas han sido muy cautelosas en la
negociación dado el precedente de las recientes expropiaciones en el sector y
la inestabilidad del marco fiscal. De hecho, Venezuela es uno de los países
productores de petróleo con los mayores obstáculos a la inversión privada.
Visto de esa manera los esfuerzos por recuperar a la
industria han sido insuficientes y queda mucho camino por recorrer para poder
llevarla al menos al estado previo a 2003.
A manera de conclusión
Hugo Chávez se encontró con una industria petrolera
boyante y la deja con serias dificultades financieras y una capacidad técnica
reducida.
No obstante, los recursos naturales siguen allí,
aunque el talento para gestionarlo en todas sus fases se encuentra
mayoritariamente fuera de la industria e incluso del territorio nacional. Hay
que aclarar que no todos los trabajadores de PDVSA están incapacitados para
operarla pero si una gran mayoría, sobre todo, aquellos que están dentro más
por filiación política que por su capacidad técnica demostrada.
Resulta difícil explicarle a un venezolano que el
desarrollo de la industria petrolera con el apoyo de la iniciativa privada no
implica ser esquilmado como nación si se logra fortalecer las capacidades de
contraloría del Estado y con ello las medidas fomentadoras de transparencia de
cara a los ciudadanos y el resto de los actores de dicha industria.
Ya antes de la llegada de Hugo Chávez al poder
existía una fuerte debilidad estatal en términos de contraloría de gestión de
la industria petrolera. Esa debilidad fortaleció el poder estamental de PDVSA,
el mismo que se enfrentó a Chávez en 2002-2003. Derrotado dicho poder, otra
élite petrolera, menos preparada y con menos escrúpulos éticos, tomo el control
obedeciendo instrucciones políticas del fallecido líder. PDVSA se convirtió así
en la gallina de los huevos de oros de la voluntad política de Chávez y con
ello pudo comprar las diplomacias de medio continente y parte del sur de
Europa.
Los recursos petroleros y su renta son finitos, y la
chequera de Chávez se agotó antes que él muriera. En términos políticos, es una
lástima que él no respondiera política y jurídicamente por su gestión
irresponsable.
Ahora quedan los herederos, una tarea titánica de
reconstrucción aún pendiente con menos instituciones y más mafia política
nacional y transnacional.
Del otro lado de la acera, es decir, del lado de la
oposición no se observa una visión política post-petrolera. Todo lo contrario,
existe una visión, aunque menos populista, igual dependiente de los recursos petroleros.
Resulta en cierta forma lógico que sea así, pues no
hay hasta ahora suficiente poder como para superar la decadencia petrolera
dejada por Chávez. Solo una política diversificadora que deje respirar a PDVSA
y estimule un ingreso seguro de capitales privados nacionales/transnacionales
podría de alguna forma reactivar a la industria mientras otros sectores no petroleros
logren impulsar la economía para alivio de todos los venezolanos. El gran
problema para ello es la conjunción de tres variables: 1) debilidad
institucional, 2) inseguridad jurídica, 3) ausencia de equilibrio de poderes y
democracia.
Si estas tres variables no se superan, resultaría
difícil la recuperación de la industria petrolera, el sector económico no
petrolero y con ello la economía venezolana.
Dado ese fatídico escenario, que no es más que el
legado destructor de Chávez, podría presentarse en un par de años, la
posibilidad cierta de que aparezca un hito en la historia petrolera mundial
como lo es la quiebra de una empresa petrolera obligándola a su privatización.
¿Podría pasar? ¿Qué opinan? ¿Se exagera?
En nuestra próxima entrada, hablaremos de la
industria petrolera después de Chávez y los potenciales escenarios.
Fuentes Hemerográficas usadas
Fuentes Hemerográficas usadas
Monaldi, Francisco (2012). “La industria petrolera venezolana: una nueva oportunidad histórica”
en Debates IESA, Volumen XVII,
número 2, Abril-Junio 2012.
Soriano, Graciela (2008). Racionalidad y problemas públicos en la Venezuela contemporánea.
Caracas/Madrid. Analítica.
[1] Aquellas huelgas
petroleras de 2002 y 2003 fueron estrechamente vigiladas por los organismos de
inteligencia del gobierno de Venezuela. Cada paso previo de sus líderes antes
de que estallaran estaban detalladamente informadas al Presidente Chávez. Para
los venezolanos que vivieron esos meses agitados el Presidente actuaba en forma
completamente desquiciada o como si estuviera desinformado. No obstante, se
tiene una hipótesis: la acción retardatriz. Se trata de una táctica política parecida
a la táctica militar de invitación a una emboscada con falsas ofensivas de
provocación y posteriores retrocesos hasta desgastar al adversario que
convencido de que todo el poder del gobierno ha sido demostrado, lanza una
ofensiva principal agotando sus fuerzas en constantes escaramuzas. Esa hipótesis
tiene más posibilidades de confirmación en el paro que se ejecutó entre 2002 y
2003, más no tanto en la del paro de abril de 2002 que sorprendió a Hugo Chávez
por no tener controlada la variable militar. El mismo Chávez confirmó tiempo
después que el deliberadamente provocó la crisis. ¿Es posible que Hugo Chávez
pudo haber ingeniado una táctica de este tipo para así lograr el control de
PDVSA? Es una hipótesis arriesgada que los historiadores deben resolver.
[2] De acuerdo a Monaldi: “En la
actualidad se encuentran en producción cuatro proyectos de mejoramiento de
crudo extrapesado de la Faja. En total tienen una capacidad de producción de
unos 620 MBD de crudo mejorado, pero su producción se encuentra por debajo de
los 500 MBD, debido a los problemas operativos que enfrentan. Estos cuatro
proyectos se originaron en las llamadas «asociaciones estratégicas» que se
firmaron durante la Apertura Petrolera de los años noventa. Hoy, con motivo de
la renegociación forzosa de contratos y la expropiación de algunos proyectos,
se conservan tres de estas empresas mixtas y un proyecto (Petrozuata) pasó a
ser ciento por ciento de Pdvsa. Adicionalmente, el antiguo proyecto de
orimulsión de Sinovensa se ha transformado en un proyecto de mezcla de crudo con
una producción que aparentemente supera los 150 MBD. En la actualidad se está
concretando la negociación de una nueva ronda de apertura al capital privado,
en el formato de empresas mixtas con sesenta por ciento de participación
estatal. Se han negociado seis proyectos de extracción y mejoramiento de crudo
extrapesado en la Faja: dos en el bloque Carabobo mediante una licitación
abierta, en la cual se asignó uno de los bloques a un consorcio liderado por
Chevron (Estados Unidos) con inversionistas japoneses y otro a un consorcio
liderado por Repsol (España) con empresas de Malasia e India. Adicionalmente se
han asignado, en negociaciones bilaterales, cuatro proyectos en el bloque Junín
con ENI (Italia), CNPC (China), un consorcio de empresas rusas y Petrovietnam.
Excepto el último, son proyectos que mejorarían alrededor de 200 MBD de crudo
extrapesado (o más en el caso del consorcio ruso)” (Monaldi, 2012).
[3] “En una primera etapa, antes de la construcción de los mejoradores, está
previsto extraer crudo extrapesado y mezclarlo con crudo más liviano para poder
exportarlo. Esta fase requiere una inversión mucho menor y, por lo tanto, es
mucho más probable que se lleve a cabo. El problema es que no parece haber más
de 300 MBD de crudo mediano-liviano para ese propósito. Por lo tanto es
limitado el incremento de producción que puede ocurrir por esta vía. Además,
para el país es mucho más beneficioso mejorar el crudo en Venezuela, lo cual
requiere reducir los onerosos costos de capital que actualmente enfrenta” (Monaldi,
2012).
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