La industria petrolera Post-Chávez: una aproximación
1era parte

Venezuela política y petróleo: la construcción y destrucción de un Estado a través del equilibrio y desequilibrio entre el origen y destino de la renta petrolera

Chávez ha muerto. Con él no muere una creencia sembrada en el consciente colectivo venezolano de que dicho país es rico y que las soluciones a sus problemas pasan por el reparto debido de dicha riqueza, una riqueza no producida sino extraída de la extracción y comercio del petróleo.

El hombre que quiso construir una revolución socialista en un país asentado sobre 80.000 millones de barriles de reservas probadas de crudos convencionales y 240.000 barriles de reservas certificadas de crudos no convencionales, abandona este mundo y deja tras de sí una Venezuela desarticulada con unos herederos que aparentan no estar a la altura de una sucesión exitosa. Ante esa realidad ¿qué le espera la industria petrolera post-Chávez? ¿Vendrá una apertura a las inversiones extranjeras no solo en el área petrolera sino en sus complementos de infraestructura y energía? ¿Se mantendrá el dominio cubano y chino sobre sus recursos naturales? ¿Se desintegrará el país en medio de la violencia política a raíz de la potencial debilidad de sus sucesores? ¿Se modernizará manteniendo aún el control del Estado?
¿Puede un inversor colocar una oficina en Caracas a la espera del pistoletazo de una nueva era de oportunidades?

Intentaremos responder a estas y otras preguntas pero lo más seguro es que terminemos haciéndonos muchas más, esperando que vosotros terminéis aportando vuestras consideraciones e inquietudes para así mantener vivo un espacio de reflexión en tiempo real vía nuestra cuenta Twitter @energy4e o a través de nuestra sección de comentarios.

Venezuela política y petróleo: la construcción de un Estado a través del equilibrio entre el origen y destino de la renta petrolera.

Nuestra primera entrada sobre esta serie tiene como objetivo centrar el análisis en el origen histórico de la Venezuela petrolera, necesario para reflexionar cómo se configuraron determinadas estructuras, costumbres y tendencias que hoy marcan a la industria petrolera venezolana.

Venezuela ha sido el caso (casi típico) de un país que, arrasado por la guerra de independencia y guerras civiles, no ha podido consolidar un proyecto duradero de República.

Lo “normal” es que un Estado y, dentro de éste, una República, sea producto de la integración histórico-cultural-material de gobierno, territorio y población facilitando, entre muchas condiciones, el monopolio legítimo de la violencia y la comunión de intereses e identidades de la sociedad que lo dinamiza e impulsa.

Lo normal, lo lógico, al menos desde el punto de vista occidental, es que la sociedad tenga un especial protagonismo en la configuración estatal (relación histórico-cultural recíproca entre sus componentes).

En el caso de Venezuela muchas veces no se ha registrado ese protagonismo, pues el Estado no ha sido motorizado por voluntad expresa de esa sociedad la mayor parte del tiempo de su vida independiente y republicana. El Estado, o lo que se parece a un Estado y, dentro de éste, la República, ha existido por escasos períodos de tiempo en Venezuela. Hoy, por ejemplo, no se puede hablar de una Venezuela entendida como un Estado Nacional: Es un dominio de redes de camarillas militares y civiles en el que coexisten distintos estadios de desarrollo social, político y económico bañados por una renta petrolera mal obtenida y peor gestionada.

Cuando usted entre a invertir en la Venezuela petrolera (u otro ámbito), es posible que se consiga con estructuras institucionales que aparentan ser el Estado, pero que responden, en no pocas ocasiones, a otro tipo de racionalidad y finalidad. Tal vez el poder en Venezuela tiene más que ver con estructuras propias de mafias cívicos-militares coexistentes con estructuras estatales, una legalidad, un “deber ser” que se quiebra si se tercia en contra de las voluntades de las contraculturas mafiosas. ¿Ha sido siempre así? De ninguna manera, han existido pequeños lapsos históricos dónde Venezuela seguía más una lógica institucional estatal democrática y occidentalizada. Se debe insistir: pequeños lapsos históricos. ¿Es un caso único y requiere otros códigos de comportamiento? En lo absoluto. Se han materializado en distintas épocas históricas y culturas situaciones similares con todos sus matices y distancias, sobre todo en países dónde los recursos naturales juegan un rol estelar en el desarrollo económico.

Esta realidad obedece a una larga historia que no pretendemos contar en ésta entrada en términos cronológicos aunque para entender el presente y futuro de la industria petrolera venezolana hay que dar un breve paseo por el pasado reciente, lo cual, permitirá a muchos gobiernos y empresas entender en qué país se meten si deciden invertir o acordar inversiones con Venezuela.

Observando la realidad corporativa petrolera venezolana, tenemos la impresión que muchos no saben dónde se han metido o aprenden cuando ya están dentro reaccionando con el pragmatismo aprendido de otras experiencias similares. Nosotros pretendemos colaborar a aminorar la incertidumbre.

Pues bien, antes que apareciera el petróleo, un régimen logró sentar las bases administrativas de lo que en un momento dado fue el Estado venezolano. Este régimen, el de Juan Vicente Gómez, controló el poder en forma directa e indirecta entre 1909 y 1936.

Gómez, preocupado por evitar un caos sangriento (predominante durante una buena parte del siglo XIX) que se lo llevara por delante (como había hecho previamente con otros hombres fuertes), decidió fijar las bases de una administración sana que le permitiera no solo pagar el funcionamiento gubernamental sino garantizarse un ejército moderno. Para muchos este propósito modernizador fue producto de una combinación de lo que podría llamarse “voluntarismo personal” y “voluntarismo institucionalizador” orientados a: 1) controlar el poder en forma eficaz, 2) facilitar su despliegue en los entornos de sus propiedades y 3) lograr el progreso del país en paz siguiendo la asesoría de los mejores hombres de letras y ciencias de la época. 




Gómez, un personaje que inspiró la novela de García Márquez “El Otoño del Patriarca”, era andino y a diferencia de los gobernantes centrales, orientales y llaneros (caóticos, caribes, cómplices y poco estratégicos con contadas excepciones) que dominaron a Venezuela en su momento, tenía una visión mucho más elaborada y práctica sobre el control de los hombres y las haciendas. Era un hombre de negocios ya maduro cuando asumió el poder. Un hombre que necesitaba para el ejercicio del poder de normas fijas, de reglas, de costumbres, de cuentas claras, lo que en términos amplios y sociológicos llamamos instituciones y en su aprendizaje como hacendado y comerciante era el mando y rendimiento de cuentas.

Con los años, la administración del Estado se confundiría con las finanzas privadas de Gómez pero el resultado, a diferencia del de sus predecesores, fue la pacificación del país y una mayor y mejor integración física del mismo. 

Gómez o los Gómecistas (como se le llamaba a sus camarillas vinculadas a la familia de Juan Vicente y sus ayudantes andinos), impulsaron este desarrollo no porque fueran en su mayoría estadistas o tuvieran un proyecto definido de Estado (aunque tenían intelectuales y administrativos de alto vuelo dentro de sus colaboradores), sino porque el despliegue de estas estructuras administrativas y militares facilitaban sus negocios, sus dominios e influencia bajo la atenta mirada del Benemérito que todo lo controlaba.

Gómez consolidó su dominio desarrollando habilidades administrativas del Estado y todo esto ocurrió con fuerza antes de la llegada inicial de la renta petrolera, la cual lentamente se fue incorporando a la estructura fortalecida por el gomecismo. 

Cuando el petróleo irrumpe con fuerza en las finanzas venezolanas hacia 1920-1930, ya el “Benemérito” tenía en orden al país, no sin el sufrimiento de aquel que se opusiera a sus propósitos.

El petróleo irrumpe con fuerza producto de largos años de exploración realizada por norteamericanos, ingleses y holandeses, entre muchos. Ya los venezolanos habían desarrollado una empresa petrolera pequeña y con la tecnología del momento, aunque con poco capital y empuje ante un mercado desarticulado y solo enfocado en la región andina, como lo era la Petrolia del Táchira. Aquellos emprendedores criollos que se atrevieron a viajar a EEUU a aprender ingeniería de yacimientos y traer a lomo de mula los equipos, no tuvieron el entorno adecuado para una expansión.

El proceso de exploración de grandes cantidades de petróleo era titánico en un país sin carreteras, arrasado por las enfermedades tropicales y con poco personal capacitado en el área.
                                   





Así en los primeros 15 años las exploraciones ocurrieron bajo la certeza e intuición de geólogos hasta que ocurrieron los grandes reventones a principio de la década de los 20. Se descubre con éstos al país petrolero con más futuro fuera de EEUU y Rusia y compartiendo atención con Irán y México.

Las empresas se abalanzaron sobre Gómez. Los gomecistas y familias vinculadas a sus negocios sirvieron de intermediarios agenciándose posiciones de testaferros o representantes ante el Benemérito, gracias a su cercanía a la ansiada atención del mismo en agasajos y reuniones familiares en Maracay. Nace así lo que se podría llamar la primera “petroligarquía” criolla que, lejos de la idea del lobby, como se le conoce en las democracias anglosajonas, resulta un grupo minoritario de personas a veces de una misma clase social o estamento que con poder e influencia gestiona todo lo referente al origen y destino de la renta petrolera apoyándose en su capacidad de manipulación y transformación de la institucionalidad encargada de dicho cometido (hacienda pública, ministerios des petróleo, empresas petroleras). 

La primera “petroligarquía” que se conoció en Venezuela fue la gomecista. El Estado en su avance a formas más democráticas de gobierno después de la muerte de Gómez y gracias al empuje de los partidos políticos modernos, logró aminorar la influencia de estas “petroligarquías” hasta reducirlas a pequeños grupos de influencia. No obstante, como se irá viendo, cada régimen ha tenido su “petroligarquía” y es el retroceso en el control por parte del Estado el que termina dejando los espacios propicios para el fortalecimiento de las mismas. Sin duda, estudiarlas por nombres y apellidos es una tarea pendiente para los historiadores y necesaria, se podría decir, a tenor de que en este momento, si bien no se podría decir que exista una “petroligarquía” en plenas funciones, si se podría hablar de camarillas en consolidación de “petroligarquía”.

Rómulo Betancourt fue el primero que detecto la presencia las “petroligarquías”. Pero desde López Contreras, pasando por Medina Angarita, ya se iniciaba el camino para la depuración de las funciones del Estado en el control del origen y destino de la renta petrolera. El trienio adeco intentó afianzarlo, la Junta Militar y Pérez Jiménez (quienes también tuvieron su “petroligarquía”), consolidaron el camino que se venía llevando de dotar al Estado de capacidad administrativa para gestionar y controlar a la industria petrolera. Ya con la llegada del régimen democrático, Pérez Alfonso impulsado por Betancourt y luego continuada su impronta por la gestión de los gobiernos democráticos de Leoni y Caldera abrieron la senda para que Venezuela terminara tarde o temprano asumiendo en el momento histórico propicio el control total de su industria petrolera.

Se podría decir que en términos petroleros Venezuela inicia una suerte de declive de su producción en 1958. Ya no era la “provincia petrolera” prometedora. Al otro lado del mundo aparecían gigantes como Arabia Saudita y la atención de la industria petrolera en gran parte debido a sus estructuras geológicas y de bajos costes (esto último estimulado por la elevada presencia de personalismo político más manipulable que la institucionalidad fortalecida de repúblicas como México o Venezuela), se traslado a Oriente Medio.

El papel de Venezuela en el ámbito internacional durante 1958-1970 y obedeciendo a la necesidad de que su petróleo ya como palanca de desarrollo nacional no perdiera protagonismo, fue la de lograr la consolidación de un cártel que permitiera el mantenimiento de los precios del petróleo y controlara en función de esto la abundancia del crudo barato árabe e iraní. Irán y los países árabes entendieron, gracias al rol evangelizador de Pérez Alfonso y sus acompañantes venidos desde tan lejos, que era posible extraer más renta petrolera de las 7 hermanas y ello marcó otra mentalidad en dichos países, que ya tenían dentro de sí a pensadores que comulgaban desde antes con el mensaje de los caribeños. La OPEP es el producto de ese esfuerzo y como bien diría un amigo trabajador petrolero inglés: “…si la OPEP no existiera habría que inventar otra. Siempre en el negocio petrolero se necesita de una figura oligopólica para mantener la rentabilidad alta, sobre todo en momentos de abundancia…”. De hecho, su origen y su antecesor directo deriva de las prácticas de la Texas Railroad Comission.

Antes de pensar en formar lo que sería la OPEP este hombre, Juan Pablo Pérez Alfonzo estudió en su exilio en EEUU los procedimientos de la Texas Railroad Comission y contó con el apoyo de asesores del gobierno americano interesado en presionar a sus propias empresas en el exterior por motivos tributarios
Las estructuras internacionales de oligopolio en los hidrocarburos comenzaron a integrarse eficientemente con los monopolios nacionales y entre ellas caminan las empresas petroleras, las empresas de servicios, los lobbies y las “petroligarquías”.

En Venezuela, los venezolanos por un momento tuvieron el control de su petróleo. Por un momento, difícil de definir, existió algo de transparencia, pero la misma no fue tan elevada como muchos venezolanos preocupados quisieran. Los venezolanos pasaron de la vida rural a la vida de clase media urbana sin guerras ni revoluciones en 70 años. El petróleo motorizó buena parte de dicho cambio. Por un tiempo existió una clase media que pensaba como tal capaz de sostener instituciones propias de una democracia moderna. Se sabía que había que abandonar el “petro-rentismo” sin dejar de controlar a la industria petrolera, fin último del régimen democrático. En ese intento de diversificar la economía mientras se aceleraban los pasos para tomar el control de una industria ya en proceso de abandono por parte de las petroleras anglo-holandesas (porque ya el lomo no estaba en Venezuela), vino el primer boom petrolero y la escasa visión de país de una nueva generación política y empresarial. 1973 marca el inicio del declive de la primera experiencia republicana integrada de Venezuela. La Gran Venezuela sucumbe ante la borrachera propia de una súbita avalancha de recursos. Los venezolanos de arriba y abajo se lo creyeron. Venezuela era un gran país. Un país rico y no hay nada que evite que lo sigamos siendo. Era claro para las cabezas más claras del país que el derroche “petro-rentista” llevaría a quebradero de cabeza, pero no que contribuyera y se fusionara con un proceso de desinstitucionalización que ocurría gracias a y como causa de dicho derroche. Se iniciaba la entropía de la República, se relajaban las relaciones comerciales, políticas, sociales, familiares. Venezuela enloqueció y aún por allí, por sus calles, en las miradas de sus vecinos más pobres o menos pobres, pero carentes de capacidad de observación y reflexión, hay quién dice tener y tener, no más que eso, tener.

Mucho antes de que Chávez llegara al poder ya Fidel había intentado en vano acceder al petróleo venezolano con ventajas. Este hombre, Rómulo Betancourt lo nego de facto por sus convicciones democráticas y anti-comunistas
Llegaron los años 80. Venezuela vivía lo que Naim y Piñango llamaron apropiadamente la ilusión de armonía.

Venezuela ya había tomado el control de su industria. Allí en PDVSA habitaban viejas tradiciones heredaras de Exxon, Shell, Chevron, entre otras. Los venezolanos que trabajaron para las filiales de dichas compañías tomaron su cultura corporativa y las reciclaron en las nuevas filiales de PDVSA. Estos venezolanos que si sabían su oficio y reportaban al Estado poco a poco quisieron ganar autonomía. Una autonomía tímida que no iba más allá de la expansión del negocio. Fuera de PDVSA estaban las empresas de servicios y el acceso privilegiado al Ministro de Energía y Minas y al Jefe de Estado. ¿Se podría decir que aquellos venezolanos eran una “petroligarquía”? no, en lo absoluto, pero si el germen para su configuración pues aún había Estado.

¿Cuándo el Estado aceleró su pérdida de capacidad de control del negocio del petróleo? Para muchos observadores de ese tiempo histórico, aunque no existe una documentación precisa, el momento en que el Estado pierde comienza a perder el control de la industria petrolera se ubica bajo el gobierno de Luís Herrera Campins (1979-1984). En ese instante, el Ministerio de Energía y Minas se vacía de capacidad administrativa y PDVSA rompe el equilibrio al tener lo mejor del conocimiento petrolero del país. PDVSA ya no es controlable y esa tensión se reflejará constantemente entre los ministros de energía herederos de esa pérdida de control que, atados de mano, no tenían los recursos suficientes para tener al personal mejor pagado que vigilase a la industria petrolera.

Llama la atención que los padres políticos de las “camarillas” que hoy controlan a la industria petrolera venezolana denunciaron con fuerza esa situación al punto del rasgado de la vestidura entre 1990 y 1999. Ya en el poder los padres e hijos políticos no revirtieron la situación sino que prepararon todo para un desplazamiento de aquel semillero de “petroligarquía” (o camarillas) del control de PDVSA y la toma de dicho control sin contraloría gubernamental como contraparte. En otras palabras, de la mano del Presidente Chávez y su instinto táctico político y no estratégico (ayudado por errores de cálculo de la resistencia de aquel semillero), PDVSA fue tomada en una situación bastante confusa (2002-2003) y del otro lado, del lado de la República, ya no existía capacidad controladora de PDVSA hasta tal punto que ya hoy las funciones de vigilancia y vigilados están bajo una misma mano. 

¿Se puede hablar de la existencia de una “petroligarquía” en este momento? Se puede afirmar pero con cautela que no es una “petroligarquía” es un semillero o un conjunto de camarillas. Los nombres y relaciones están claros pero por motivos de confidencialidad y lo sensible de las evidencias es preferible dejarlos a buen recaudo. La cúspide de momento la podemos ubicar en las cabezas más visibles pero sus redes, las que asoman de vez en cuando en crónicas y comentarios en el mundo petrolero venezolano, aún son difusas.

Este nuevo semillero de “petroligarquía”, lejos de contribuir al mantenimiento de la industria petrolera y una relación equilibrada con la institucionalidad estatal disfrazó su peculio particular e ilegal (a través de la gestión financiera corrupta y corruptora sin contraloría alguna) con el interés por el desafío social de una revolución fallida como la de Hugo Chávez. Sin duda, agravó los vicios que se venían arrastrando del período democrático y convirtió la gestión del origen y destino de la renta en un saqueo masivo que aún no se detiene.

No obstante, estas camarillas, las que hoy controlan a PDVSA, sienten el aliento en la nuca de otras camarillas que no precisamente han colonizado a la industria petrolera pero si otros sectores del Estado. Son las camarillas salidas de las “huestes” de las academias militares. Son los llamados “centauros de Chávez”.

Muerto Chávez, estos hombres tomarán el control de la industria con unas cuantas escaramuzas y a tal punto recomendaría a aquellas empresas o gobiernos acostumbrados a tratar con gobierno corruptos y corruptores a que apuntaran sus lisonjas no a la actual camarillas sino a los hoscos centauros. Eso sí, trasladen a sus expertos en tratar con señores de la guerra en África o Asia, porque las negociaciones serán duras y los giros entre ellos (traiciones y escaramuzas), aterrorizarán a un gerente urbanita o civilizado.

A estas alturas, si el lector ha tenido la paciencia de llegar hasta acá, podrá advertir que no he recomendado acercamiento con la actual oposición venezolana y que ni siquiera la he mencionado.

Un empresario o gobierno eficaz ya sabe que debe mantener vasos comunicantes con todos los jugadores del tablero. Ahora, en el corto plazo, la oposición no tendrá nada que jugar. Su visión de la industria y el futuro petrolero es interesante y será motivo de reflexión en otra entrada, pero la mala noticia para la otra mitad de Venezuela que no quiere a Chávez, es que de momento no existe posibilidad de sustitución del chavismo, salvo que ocurra lo que también puede ocurrir pero que no dependerá del accionar independiente de la oposición: el desbarrancadero financiero y una explosión social de mayores dimensiones que arrase a las camarillas existentes y deje en efecto un vacío de poder que obligue a reacomodos y ajustes para la paz y la gobernanza.

Sin duda lo más difícil para cualquier gobierno o empresa extranjera, pero más para los propios ciudadanos venezolanos, es tratar cualquier asunto en ausencia de instituciones. Esto cobra vigencia aún más con los negocios petroleros.

Los gerentes petroleros suelen afirmar: “Estamos acostumbrados a los riesgos”. Un accionista no suele decir lo mismo. Entrar en Venezuela ahora es más inseguro que nunca, pero el riesgo que las empresas están dispuestas a asumir por incrementar las reservas pasa inexorablemente en una evaluación prospectiva de los mismos.

En nuestras próximas entradas trataremos con más detenimiento los escenarios futuros de una Venezuela post Chávez y las posibilidades de una Venezuela Post Petrolera.

 

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