El impacto de la primavera árabe en la industria petrolera global

En lo que va de siglo XXI se han registrado conflictos civiles de importancia en 28 países, de los cuales un tercio tienen reservas y producción petrolera (Myers J; Miller, 2012).

La violencia generada por dichos conflictos se ceba sobre las instalaciones petroleras de múltiples formas. Desde el control del yacimiento hasta el control de los centros de almacenamientos y embarque. 

Muchas veces, dependiendo de las vicisitudes de la guerra, las instalaciones son destruidas para evitar que caigan en manos del enemigo. La mayoría de veces las actividades se paralizan pero ocurren casos en los que el bombeo de crudos se mantiene intacto aún con áreas de conflictividad alrededor.

Combatientes en Libia
La primavera árabe afecta a buena parte de países con reservas petroleras o que resultan claves para el tránsito del flujo petrolero. La primera vez que se sintió el impacto de dicho fenómeno político en las cotizaciones fue con la crisis en Egipto por temor a un cierre del Canal de Suez y otros oleoductos complementarios, lo cual implicaría sacar de circulación el 5% del petróleo que se comercializa a escala global en cuestión de días.

Distintos eventos como la explosión del gasoducto árabe que privó a Jordania, Israel y Líbano del gas natural egipcio, el paso de naves de la armada iraní hacia el Mediterráneo (algo que tiene que ver con otra dinámica geopolítica), la guerra civil libia que sacó del mercado 1,5 millones de barriles diarios en cuestión de días afectando sus exportaciones durante 6 meses, las sanciones a Siria que sacan del mercado 120.000 barriles diarios de sus exportaciones, la situación en Yemen y sus repercusiones en la península arábiga, entre otros, han orientado los precios del crudo desde el levantamiento tunecino en enero de 2011 hasta marzo de 2012 (con sus respectivos altibajos), de 92 dólares por barril a más de 120 dólares por barril.

Actualmente las cotizaciones presentan un descenso como resultado de la entrada en producción adicional de Libia y Egipto pero esto no quiere decir que los efectos de la Primavera Árabe hayan pasado.

En siete países en riesgos como lo son Argelia, Libia, Siria, Yemen, Irak, Irán y Arabia Saudita, se producen un poco más de 21 millones de barriles diarios o más del 20% de la producción global.

La historia nos enseña que una vez ocurrido un cambio político abrupto o conflicto violento en un país petrolero normalmente resulta  difícil una recuperación de la producción petrolera y podrían pasar años y en ocasiones décadas, hasta que la producción esté completamente restablecida y en plena expansión, no solo por los daños que pudo haber sufrido la industria petrolera sino por los reacomodos políticos en torno a la actividad económica de la misma y la renta petrolera (regalías + impuestos + beneficios, en caso de ser empresa estatal).

A la hora de iniciarse una fase de democratización partiendo de la caída de hombres fuertes como son los casos de Irak (un caso fuera de la primavera árabe pero en proceso de democratización), Libia o Egipto, el problema surge cuando se trata de establecer una nueva forma de distribución de la renta petrolera y las inversiones internas en la industria tomando en cuenta los liderazgos políticos nacionales nacientes y sobre todo los liderazgos tradicionales (tribales, religiosos, étnicos o regionales). Este es el germen para nuevos conflictos. 

Incluso en repúblicas con debilidad institucional en otro ámbito cultural como la venezolana o la boliviana se sufrieron estos embates entre 1999 y 2004 derivando en una concentración aún mayor y en ocasiones personalizada de la riqueza, mientras que en otras repúblicas con más fortaleza institucional como la brasileña y la argentina, los poderes regionales o empresariales criollos presionan hoy por tener acceso a parte de la renta petrolera y otras, en fases de expansión petrolera como la colombiana, apuntan a una democratización de la riqueza petrolera a través de mecanismos financieros que terminan apalancando mayor inversión.

En el Magreb y el Golfo Pérsico, la realidad acumula muchas de estas situaciones pero con el peso tribal liderando las ambiciones desatadas. Esto puede paralizar a la industria de no llegarse a acuerdos especiales que coincidan en un impulso a la misma permitiendo un reparto productivo y justo de la riqueza.

El mayor impacto de la poca claridad institucional sobre el objeto de la industria petrolera en cuanto al origen y destino de la renta reside en que una radicalización de las posiciones (socialismo estatal vs. Liberalismo; centralismo vs. descentralización; industria centrada en sí misma a modo de enclave vs. industria integrada a las necesidades del entorno) podría llevar a una paralización o ralentización del ciclo productivo (paralización de proyectos de exploración, producción, recuperación secundaria y optimización de derivados). 

El punto medio siempre es lo más prudente pero no necesariamente la dinámica política lleva al mismo. Esto es lo que vive en este momento Irak, Kuwait y Libia, entre otros.

Ciertamente la mayor parte de estos países mantienen una deuda social con su población y resulta lógico que en democracia decidan atender las demandas de sus ciudadanos antes que las demandas de las petroleras en términos de capital y desarrollo de infraestructura. Por ejemplo, la necesidad de los iraquíes de desviar generación eléctrica de los campos petroleros para atender las necesidades de desalinización o consumo eléctrico de su población afecta a la expansión de su producción efectiva. Desde luego, si el devastado Irak impulsara una industria fotovoltaica o eólica no tendría esos problemas, pero es una de las clásicas paradojas de los Petro-Estados y sus dirigencias políticas que en no pocas ocasiones están cegadas por el oro negro que yace en el subsuelo y no tienen sus sentidos abiertos al cielo y al viento, en otras palabras, a un paradigma sostenible.

De la misma forma, se debe considerar que, si la nueva dirigencia no cubre estas demandas inmediatamente bajo estos nuevos entornos democráticos utilizando la renta petrolera a la mano, la amenaza del integrismo islámico puede dar al traste con la incipiente experiencia (aunque eso también está por verse), así que las prioridades para los factores de poder están claras si observamos el contexto histórico-político en el que se mueven.

Finalmente, la consecuencia más importante de la primavera árabe es la caída de la capacidad de producción de estos países, lo que  a su vez ha terminado de afectar la capacidad de producción total de la OPEP pasando de 4 millones de barriles diarios a casi 3,21 millones de barriles diarios. Volver a un ritmo creciente de inversión será determinante si se quiere mantener capacidad de maniobra en caso tal de una expansión más agresiva del consumo y sobre todo, sostener al petróleo como fuente energética preferente puesto que está claro que mientras los precios sean elevados las fuentes de hidrocarburos no convencionales presentes en el Hemisferio Occidental y las renovables tendrán un rol más determinante.


Bibliografía

    Myers Jaffe, Amy; Miller, Keily (2012). The Future of Oil The Arab Awakening and the great Petro-Squeeze en http://www.majalla.com/eng/2011/10/article55227137 (última revisión: 21 de marzo).

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